lunes, 22 de agosto de 2011

En la búsqueda de los nietos perdidos -Por Ricardo Juan Benítez





A la una de la madrugada del 24 de marzo de 1976, el general José Rogelio Villareal le decía a la, hasta ese preciso momento, Presidenta Constitucional de la República Argentina, Isabel Martínez de Perón:


—“Señora, las Fuerzas Armadas han decidido tomar el control político del país, y usted queda arrestada.”


Parecía el fin de una larga pesadilla. Era sólo el comienzo de una mucho peor.


Los prolegómenos del golpe militar, autotitulado Proceso de Reorganización Nacional, mostraban las acciones violentas de los grupos de ultra izquierda y de la llamada Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), comandada por el entonces Ministro de Bienestar Social (dicho esto sin la más mínima de las ironías) José López Rega (alias “Lopecito” o “El brujo”) desde sus mismas oficinas ministeriales. A este cuadro de violencia política, se le sumaba un claro descontrol gubernativo y económico. La ambivalencia de las cúpulas de los movimientos sindicales, que querían quedar bien con Dios y con el Diablo. El descontento social, producto de las medidas económicas que llevaron al fin el proyecto de Inflación Cero de José Ber Gelbard (primer ministro de economía del tercer mandato de Perón), hasta el brutal ajuste de Celestino Rodríguez (El Rodrigazo). Un contexto regional, donde la política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica, fomentada desde la tristemente célebre Escuela de las Américas (Panamá), creaba las hipótesis de conflicto interno, transformando a los ejércitos nacionales latinoamericanos en fuerzas de ocupación de sus propios territorios y útiles al propósito de resguardar el continente de la Amenaza Roja en plena Guerra Fría.


A este cuadro de situación se le sumaba la muerte del viejo caudillo, el desconcierto de los principales actores, una feroz lucha por lo que quedaba del poder y la impericia de la presidenta, la cual desbordada por la situación pidió una licencia en ejercicio del poder, delegando la presidencia en Italo Argentino Luder, quien tendría la responsabilidad de firmar los decretos que abrirían las puertas del infierno, sería quien daría la orden de: “aniquilar la subversión”.


Para hacer un breve repaso del horror, desde los tiempos de Herodes, El Grande; hasta la reciente orden de Muammar al Khadafi de atacar a sus compatriotas civiles inermes con sus brigadas y helicópteros artillados. Desde Auswichtz y Treblinka hasta el Archipiélago Gulag. Desde los campos de concentración a los centros de reeducación. Desde Trang Bang (Vietnam, 8 de junio de 1972) hasta Sabra y Chatila (Líbano, 16 de septiembre de 1982), desde la Revolución Cultural hasta la contracultura, desde Guernica en España hasta las Torres Gemelas de New Cork. Cualquier ideología política, escuela filosófica, dogma religioso o teoría científica sirvieron de excusa para desatar la brutalidad y la intolerancia. “El fin justifica los medios”. Aunque ello conlleve el uso sistematizado del terror. Aunque las mujeres y los niños fueran las primeras víctimas de tanta “limpieza étnica” o “pureza ideológica”.


Pero aún así, ni siquiera la llamada Solución Final hitleriana, con su aceitada y eficaz máquina de matar funcionando a pleno, llegó a los extremos de la Junta Militar argentina.


En las zonas rurales, en Tucumán, se desarrollaba una guerra no declarada. El Ejército Revolucionario del Pueblo, liderado por Mario Santucho, había declarado “zona liberada” para solicitar el apoyo y el reconocimiento de los países socialistas como “ejército beligerante”. Algunas otras acciones militares de los irregulares fueron el estallido del ARA Santísima Trinidad (D-2) el 22 de agosto de 1975; la detonación de una bomba de 150 kilos en el aeropuerto de San Miguel de Tucumán (28 de agosto de 1975) o la toma de la fábrica Bendix (Munro, provincia de Buenos Aires) a principios de 1976. Estas acciones de guerra fueron respondidas con otras iguales o peores.


La ley se dejó de lado. Se sistematizó la tortura y la muerte. Ya no importaba de qué medios se valieran para obtener los supuestos fines de la pacificación y la defensa de los valores patrios.


No bastaba con atormentar y matar. No alcanzaba con violar o humillar. Ni tan siquiera apropiarse de los bienes y las propiedades de los terroristas. Incluso doblegarles la voluntad hasta llevarlos a la renuncia de sus ideales, a la colaboración y, finalmente, a la delación.


Se habían erigido en fiscales, jueces y verdugos. Sin más ley que una remozada versión del Talión.


Lograron, incluso, apropiarse del futuro también.


O al menos es lo que ellos creyeron.


Mucho antes de la irracional aventura de La Guerra de las Malvinas, un grupo de mujeres con pañuelos blancos en la cabeza, comenzó a rondar la histórica Plaza de Mayo todos los días jueves, aunque lloviera o granizara. Ellas seguían con su ronda. Las llamaban las Locas de la Plaza. Querían saber adonde estaban sus hijos… desaparecidos.


Crearon un curioso eufemismo. Un dudoso privilegio: desaparecido.


Pero hubo otro grupo de mujeres. Tan valientes y obcecadas como aquellas.


Ellas querían saber dónde estaban los retoños de sus flores desaparecidas.


Según dichos de Ramón Camps, Jefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires durante esa época, sobre la gran cantidad de niños capturados:


“...Personalmente yo no eliminé a ningún chico, lo que hice fue dar algunos a organizaciones benéficas para que les encontraran nuevos padres. Los subversivos educan a sus hijos en la subversión. Por ello esto debía detenerse” (citado por Barki, 1988 p. 241)


El Proceso había ideado un complejo sistema de captura de mujeres parturientas, que eran derivadas a centros de detención donde se producía el parto clandestino. Luego se falsificaba su identidad y, por último, se simulaba una adopción; para apropiarse de los bebés como botín de guerra. (Incluso había listas de espera para tales menesteres) Luego se disponía de los padres de diversas maneras. Los vuelos de la muerte eran sólo uno de los muchos métodos.


Reteniendo a los niños nacidos en cautividad, se afirmaba el poder del Estado Patriarcal Militar, sobre un aspecto característico de la identidad femenina: la maternidad. Con la supresión de la madre, se quebranta el lazo humano fundamental, y esto robustece la creencia de que el Estado Militar controla todo sin ninguna oposición. Ser capaz de atacar a la vida en sus propias raíces muestra al poder militar como absoluto e inmutable. Esta reorganización, considerada necesaria por los militares, para salvaguardar a la sociedad argentina de los apátridas, exigía que los hijos de los subversivos, fueron apartados de los suyos para ser otorgados a buenas familias.


El 15 de mayo de 1977, María Eugenia Casinelli (consuegra del poeta Juan Gelman) y otras once abuelas, firmaban un hábeas corpus colectivo (en forma de carta) dirigida a la justicia de Morón. En el que hacían saber la existencia de bebés desaparecidos y solicitaban que se suspendiesen todas las adopciones. La carta ha sido considerada documento histórico, antecedente inmediato de la constitución de las Abuelas de Plaza de Mayo a fines de ese año.


“… los bebés de nuestros hijos desaparecidos o muertos, en estos últimos dos años. Algunas de estas criaturas han nacido de sus madres en cautiverio. Otras fueron sacadas de su hogar, que luego fue destruido. Hasta ahora todos nuestros esfuerzos han sido vanos. Las criaturas no han sido reintegradas a sus hogares, a sus familias. No sabemos ya qué hacer. Últimamente ha llegado a nuestro conocimiento que algunos abuelos han podido localizar a sus nietos, en tribunales de menores, o por su intermedio. Por eso nos permitimos rogarle quiera tener a bien interesarse en la lista de bebés desaparecidos que adjuntamos, por si ustedes tuvieran noticias de alguno de ellos…”


En septiembre de 1977, Alicia Zubasnabar de De la Cuadra (Licha), comenzó a asistir junto con su esposo y Hebe de Bonafini a las rondas de las Madres de Plaza de Mayo, buscando a un hijo, a una hija embarazada, a su nuera y a su yerno. Al mismo tiempo, otra madre-abuela, María Isabel Chorobik de Mariani, (Chicha), había comenzado a buscar a otras madres de desaparecidos que, como ella, tuvieran también nietos pequeños desaparecidos. Era el comienzo formal de una tarea peligrosísima para las Abuelas. Tanto ellas como las Madres eran básicamente un grupo de mujeres organizadas. Eso no significó que los abuelos y las mujeres jóvenes no ayudaran en la lucha. Según palabras de Estela B. de Carlotto:


“Cuando en los primeros momentos desaparecían las personas y se empezaba a trabajar, en la Plaza de Mayo había hombres, mujeres, jóvenes, un poco de todo. En el caso nuestro es que yo me pude jubilar y dedicarme; pero mi marido tenía que seguir trabajando para mantener la casa. Él me esperaba, me apoyaba, me tenía paciencia, me alentaba y me sigue alentando. Pero hay otra cuestión que es la visceral: la de mujer, la de madre; que nos impide dejar de hacer todo lo que tenemos que hacer para seguir buscando. También es cierto que muchos hombres se resintieron en su salud y se murieron. La mayoría de las abuelas son viudas... Y que para los militares el hombre era más peligroso. (¡Déjenlas a esas lloronas viejas locas!, ya se van a cansar) Si hubieran adivinado que íbamos a persistir para siempre nos hubiesen secuestrado en mayor número”


Sus tareas detectivescas, sus averiguaciones en dependencias judiciales, sus presentaciones legales, su mensaje mediático llevaron a la creación del Banco Genético en dependencias del Hospital Carlos H. Durand, un caso único en Latinoamérica y que tuvo un rol fundamental en las restituciones de nietos a sus familias biológicas.


El año pasado se las postuló como candidatas al Premio Nobel de la Paz, sin suerte. Pero el Nobel de la Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel, las define de esta manera:


“Por esa misma época, cabe señalar, que en el grupo de las Madres de la Plaza de Mayo se organizó un subgrupo, el de las Abuelas. Madres por partida doble; quienes realizan una tarea esencial respecto de los bebés. Se dedican a los niños que fueron secuestrados junto con sus padres y no han reaparecido. Y a las jóvenes que, secuestradas estando embarazadas, se supone han dado a luz en prisión. Es decir que esas madres, por el testimonio que llevan, representan mucho. No solamente para la Argentina, sino para el mundo entero”


El 5 a agosto de 1978 (Día del Niño) el diario La Prensa acepta a publicar una carta abierta, que logra que la indiferencia internacional ante el terrorismo de estado de un giro y se empiecen a ver las primeras grietas en la dictadura.


“Apelamos a las conciencias y a los corazones, de las personas que tengan a su cargo, hayan adoptado o tengan conocimiento de dónde se encuentran nuestros nietitos desaparecidos, para que en un gesto de profunda humanidad y caridad cristiana restituyan esos bebés al seno de las familias que viven la desesperación de ignorar su paradero. Ellos son los hijos de nuestros hijos desaparecidos o muertos en estos últimos dos años. Nosotras, Madres-Abuelas, hacemos hoy público nuestro diario clamor, recordando que la Ley de Dios ampara lo más inocente y puro de la Creación. También la ley de los hombres otorga a esas criaturas desvalidas el más elemental derecho: el de la vida, junto al amor de sus abuelas que las buscan día por día, sin descanso, y seguirán buscándolas mientras tengan un hálito de vida. Que el Señor ilumine a las personas que reciben las sonrisas y caricias de nuestros nietitos para que respondan a este angustioso llamado a sus conciencias.” Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos


A continuación de esta nota de opinión, vamos a transcribir una nota aparecida en la revista digital Tecla (España), sobre las sordas luchas que nos emparientan, sobre las marcas indelebles que dejan las dictaduras y de cómo la ley trata de reparar las injusticias. Hay quien dijo: “la justicia tardía, no es justicia”.


Como cierre, la última dictadura militar argentina dejó, contra sus aspiraciones, un legado judicial inesperado. En su segundo capítulo, los nuevos derechos y garantías de la Constitución de la Nación Argentina, el artículo 36, reza:


Esta Constitución mantendrá su imperio aun cuando se interrumpiere su observancia por actos de fuerza contra el orden institucional y el sistema democrático. Estos actos serán insanablemente nulos.


Sus autores serán pasibles de la sanción prevista en el artículo 29, inhabilitados a perpetuidad para ocupar cargos públicos y excluidos de los beneficios del indulto y la conmutación de penas.


Tendrán las mismas sanciones quienes, como consecuencia de estos actos, usurparen funciones previstas para las autoridades de esta Constitución o las de las provincias, los que responderán civil y penalmente de sus actos. Las acciones respectivas serán imprescriptibles.


Todos los ciudadanos tienen el derecho de resistencia contra quienes ejecutaren los actos de fuerza enunciados en este artículo”


Será Justicia.



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