lunes, 30 de julio de 2012

Sobre poesía y otros sueños. Por Ricardo Juan Benìtez




            Tal vez una de las visitas más contradictorias que brinde Buenos Aires sea conocer la Librería El Ateneo, ubicada en el cruce de dos avenidas emblemáticas de esta ciudad: Callao y Santa Fe. Es un edificio en el que funcionaba el cine y teatro “Grand Splendid”. Una verdadera joya arquitectónica inaugurada en mayo de 1919 y reconvertida en librería y café. Muestras de su pasado esplendor son su espléndida cúpula pintada por el artista plástico italiano Nazareno Orlandi, las esculturas de Troiano Troiani (natural de Udine, Italia; fallecido en Bs. As. en 1963) y el friso estilo griego de la marquesina del frente. No se puede evitar sentir cierta nostalgia al pensar que donde hoy se exhiben los libros de bolsillo estaban las boleterías y que, por los dictados del mercado, la única forma de conservar el patrimonio cultural arquitectónico sea reconvertir una disciplina cultural en detrimento de otra. Es así como los palcos de antaño hoy son exclusivos salones de lectura, el escenario se transformó en una confitería donde un piano de cola desgrana amables melodías interpretadas por un músico ad hoc y el pullman y súper pullman están abarrotados de anaqueles con 120.000 títulos. Tal vez el único consuelo sea saber que según el diario inglés The Guardian, en una lista sobre las mejores librerías del mundo firmada por el periodista Sean Dodson, ocupa el segundo lugar detrás de Boekhandel Selexyz Dominicanen, en la ciudad holandesa de Maastricht (que ocupa una iglesia de 800 años de antigüedad) "posiblemente la librería más bella de todos los tiempos",  arriesga el autor.

            Parece ser que para los estudiosos de las técnicas de mercadeo editorial ya no alcanza con el discreto encanto de las “librerías de viejo”, donde se rebuscaba en sus anárquicos anaqueles alguna joyita de ocasión como si fuera el Santo Grial. No, ahora hay otro tipo de amenities para hacer llevadera la lectura. Quizá la única diferencia con esas cadenas cinematográficas actuales sea que en vez de llevar un balde con pop korn y los vasos de gaseosa; los lectores prefieren un cappuccino, los brownies o una margarita.

            Incluso para el ritual de la lectura la magia de la palabra debe estar acompañada por otros artilugios interactivos. Así que no es difícil encontrar libros para niños y adolescentes con una curiosa mezcla de juego de video. Donde se deben cumplimentar niveles para acceder a ciertos poderes o hechizos.

            Decidimos revisar las estanterías. Mi búsqueda fue bastante breve, me incliné por una novela de Robert A. Henlein “La luna es una cruel amante”. En tanto mi compañera, la poeta venezolana Andrea Victoria Álvarez, tuvo un trabajo bastante más arduo y poco satisfactorio buscando poemarios de autores noveles argentinos. En un mueble de escasas seis repisas se agolpaban los 3000 títulos que dicen poseer de poesía. Muy improbable a todas luces.

            Quizá no haya sido ni el lugar ni la situación ideal, pero mientras trataba de concentrarme en la lectura sonaba de fondo “Take me to the moon”, ciertamente apropiado a la lectura elegida. Pero comencé a divagar, haciendo cálculos mentales. Si la librería tiene un stock físico declarado de ciento veinte mil títulos, y tomando en consideración que todo el subsuelo está dedicado a la categoría infanto juvenil, eso nos da sobre los tres mil títulos de poesía un 2,5 por ciento del total. Si pensamos que de ese porcentaje la mayor parte se los llevan los clásicos como: Alfonsina Storni, Pablo Neruda, Walt Whitman y siguen las firmas ¿Qué espacio quedan para las nuevas voces poéticas?

            La lógica de ventas de estas grandes librerías es inversa a la de los supermercados, aunque de alguna manera se parezcan. En los grandes almacenes los sectores de mayor exposición (como los ingresos al local) los cubren los productos de menor venta. Es así que para llegar hasta los comestibles debemos atravesar largas estanterías cargadas de electrodomésticos, artículos de camping o juguetería. En las grandes cadenas premium de librerías, al acceder, encontramos ofertas de películas en DVD, los éxitos del reggeaton y, por supuesto, los grandes “tanques” literarios. La prosecución de la saga de J.K.Rowlings o el último best sellers de Dan Brown.

Al final del salón de planta baja, en un rincón desangelado, están esos seis anaqueles con poesía.
            ¿Qué puede llegar a perder uno por este tipo de políticas de ventas? Bastante, créanme.

            Con suficiente asiduidad recorremos las diferentes tertulias y encuentros poéticos que se llevan a cabo, casi a diario, en esta bendita ciudad. Descubriendo gente utópica y talentosa como el “Grupo Pretextos”, “Los Puños de la Paloma”, “Río de Letras”, “Vientos Contrarios” o “La Sociedad de los Poetas Vivos”. Personas que viven por y para el arte, como Gustavo Tissoco, que aparte de desempeñarse como médico neonatólogo es el alma mater de “Mis Poetas Contemporáneos”. Voces jóvenes como Jonathan Márquez, Emmanuel Cassanese o el puertorriqueño Dancizo Toro. Poetas de toda Latinoamérica, como los venezolanos Omar Requena y Astrid Salazar.

            La última grata aventura literaria fue en la ciudad de Santa Fe (provincia de Santa Fe), en el Dique 1, Hotel Los Silos, donde se llevó a cabo el Primer Festival de Poesía Argentina, convocado por Norma Segades (fundadora del Movimiento Internacional Los Puños de la Paloma y de La Gaceta Virtual Literaria), del que damos una amplia cobertura.

            Ahora, ¿quién puede imaginar un mundo sin poetas ni poesía?
            Entonces, ¿por qué  la falta de políticas editoriales o la ausencia de apoyo estatal?

            Este tipo de encuentros se realizan huérfanos de ayuda de ninguna naturaleza. Sólo el amor por la poesía permite que una persona organice y financie con sus ahorros un festival con decenas de invitados. Y, por caso, muchos de estos invitados viajaron trece horas de ida y otras tantas de vuelta para apoyar esta bella utopía.

            Tal vez el estigma de: “la poesía no vende”. Pero, ¿el Teatro General San Martín es rentable? ¿El Teatro Colón se autofinancia? ¿Las delegaciones enviadas a las recientes Olimpíadas de Londres dan alguna “ganancia”?

            No, en estos casos no se evalúa costo-beneficio. Se da por sentado que tener un complejo teatral estatal dará mejores dramaturgos, directores y actores. Que poseer un teatro dedicado a la lírica  y al ballet a nivel internacional, además de prestigio, dará frutos con mejores bailarines, registas y músicos. La subvención a los deportistas olímpicos desarrollará una camada de jóvenes promesas. Leyes como la del teatro son avances imposibles de soslayar como modelo para una política de promoción literaria.  

            Por lo tanto sería imperioso que las editoriales y las librerías tuvieran un cupo decente (impuesto por ley), disponible para los poetas. No aquel ridículo 2,5 por ciento, en escasos seis anaqueles arrumbados en un rincón, muy lejos de los oropeles de la música de moda, las novelas y los videojuegos de última generación.

            Simplemente sería darle el espacio que se merecen nuestros sueños convertidos en palabras.
           
             
            

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