sábado, 2 de marzo de 2013

Andrea Victoria Álvarez


EL ARCA SIN NOÈ 



La galería se ramificaba como un laberinto, con escaleras dispuestas a la entrada de cada salón de la exhibición. Las telas, vistosamente enmarcadas, colgaban en las paredes con sus respectivas descripciones y sus exorbitantes costos debajo de ellas. Algunas parecían estar hechas de un material acrílico y lustroso. Me detuve ante una, un galeón antiguo que daba sensación de balanceo sobre aguas rojizas y contagiadas de una luz espectral que salía del fondo del cuadro, casi como un atardecer en Marte, muy lejos de nuestra esfera espacial. Así me entretuve, miraba cada obra hasta llegar a una puerta abierta, carente de luz en el interior de la habitaciòn y franqueada, a cierta distancia, por un cuadro (al menos eso imaginé) de muy pequeñas dimensiones que reposaba sobre un caballete. Éste, a diferencia de los otros, estaba cubierto con una especie de lienzo grueso y opaco que no permitía ver su contenido. La curiosidad me invadió, me acerqué cuanto pude con la intención de retirar el lienzo y, casi lo logro, a no ser por una voz que de pronto llegó desde el exterior de la habitación, paralizándome.

—¡Todos al piso! —gritó alguien.

Apenas lograba divisarlos desde la penumbra. Se habían detenido en la entrada de la galería, después de haber cerrado el portón, para luego avanzar hacia los asistentes. Con el cañón de un revolver uno de ellos apuntaba la cabeza del guachimán y lo arrastraban con ellos. Yo retrocedí unos pasos, quedé escondido por la media luz, detrás del caballete. Intuí que no podría estar allí por mucho tiempo.

-¡Todos al piso!, dije! —gritó la misma voz de nuevo.

Los allí presentes se dejaron caer, sin salir de su sorpresa. Los delincuentes caminaron sobre los cuerpos tendidos en el suelo. Aún llevaban al vigilante encañonado.
A media voz, logré escuchar a alguien:

—¡Lo que faltaba!, ¿Qué podrán robar estos imbéciles en una galería de arte?

—¡Cállese, señora! —El delincuente también la escuchó—. ¡Búscalo! —Ordenó a otro de los compinches —, ¡y tú, ve recogiendo los cuadros que nos indicaron! — le exigió a un tercero.

El hombre comenzó a buscar entre los cuadros, escudriñaba ante cada uno de ellos:

—Aquí no está. —Iba de salón en salón— Aquí tampoco.

Yo los seguía oyendo desde mi escondite en la habitación contigua. Llamó mi atención el hecho de que no hablaran el lenguaje burdo de un delincuente común, éste era más bien algo culto.

—Llamaré a Noé —dijo el que parecía cabecilla del grupo y quien mantenía encañonado al vigilante.

El hombre se recostó del quicio de la puerta de la habitación donde yo me ocultaba, pasó el arma a la mano izquierda y con la derecha extrajo su celular de última tecnología, discò un número.

—¿Noé? Sí, soy yo. Escúchame, aquí no está el dichoso cuadro, o es tan pequeño que no lo vemos —Luego de una pausa—. Bien, si, te escucho… —Otra larga pausa y colgó.
—Bien, y qué te dijo. ¿Nos largamos con los que tenemos?
—No, dice que lo busquemos en la habitación del fondo.
—¿Aquí? —y señaló hacia el interior del salón donde yo había encontrado un escondite más seguro.
—Si, entra.
Ambos hombres entraron en la habitación y encendieron las luces a tientas.
—¡Revisa! —ordenó nuevamente el cabecilla, mientras miraba las paredes y el mobiliario con insistencia.
—Yo no veo nada parecido a lo que Noé nos dijo.
—¡Tiene que estar por aquí!
—Si, pero ¿Dónde?

Por un buen rato estuvieron buscando: abrieron armarios, gavetas, revisaron papeles y desordenando todo. Pasaron una y otra vez frente al caballete sin reparar en él. Afortunadamente, no se les ocurrió buscar detrás de las pesadas cortinas, estaban demasiado ansiosos para ello. Al ras del suelo, yo me obstinaba en disimular las puntas salientes de mis zapatos detrás del cesto de la basura, mientras contenía la respiración.
En esta ocasión no los podía ver; pero sí escuchar con nitidez. Los sentí tan cansados como yo en mi escondite, pegado a la sólida pared; pero, había una gran diferencia. Ellos estaban muy contrariados y ansiosos, yo no. Yo podía esperar.

—¿Tú sabes cuál es la insistencia de Noé por ese bendito cuadro?
—Pues, deberías imaginarte, es de él  y  vale millones.
—¿Y?, están los otros.
—Si, pero ése es el más costoso de la muestra, es el que nos dará mayores dividendos de todo el encargo, ¿Entiendes? Vamos afuera.
Entonces, logré escuchar la voz del tercer sujeto:
—Mandé a todos a sentarse al fondo, desde donde no puedan verlos de la calle cuando salgamos.
—Bien, ¿Los revisaste?
—Si, ninguno lleva armas.
—¿Y los cuadros?
—Guardé los que nos indicó Noé. Sólo falta el que ustedes buscaban. ¿Lo encontraron?
—No, no encontramos “El Arca”.
—¿El Arca o el esqueleto? —preguntó el tercero con voz de poca trascendencia.
—Ve tú, vigila aquellos, no sea que se les ocurra alguna gracia. —volví a escuchar al cabecilla dirigiéndose a uno de los sujetos. Agucé el oído y contuve aún más la respiración a pesar de que las dichosas puntas de mis zapatos insistían en delatarme.

Fue cuando escuché el extraño diálogo que sólo pude entender mucho después, cuando logré salir de la acortinada pared.
—Si Noé no llama en media hora, nos vamos.
—¿Y mientras? ¿Seguimos buscando el cuadro?
—No sé, quizás nunca lo encontraremos
—¿Cómo lo sabes?
—Porque ese cuadro tiene la virtud de escoger a sus dueños. Nadie lo tiene a él, él los contiene.
—No entiendo
—Es que, tiene su leyenda. ¿Quieres escucharla?
—Mientras esperamos, podría ser.
—Cuentan que en tiempos remotos existió un conflicto entre el alma universal humana y el cuerpo. Una vez el cuerpo quiso saber la verdad sobre el gran diluvio y le dijo al alma: “Si todo demuestra que la tierra alguna vez estuvo inundada, ¿Cómo pudieron sobrevivir las especies? Porque, la fábula del Arca es imposible de creer”.
—“Para comprender esto, debes proponerte ir más allá de las especies, del macho, de la hembra, más allá del Diluvio”. —Respondió muy solemnemente el alma.
—“¿Acaso he de vagar hacia lo insondable?” — preguntó el cuerpo aferrado a todas sus limitaciones de piel.
—“Así es —le respondió el alma—, más allá de mil palabras de viaje al infinito”. Y continuó:
“En su paraíso de extraños pasadizos se encuentran, desde el principio de los tiempos, todos los animales habidos y por haber, conocidos y desconocidos. Ellos conviven en paz mientras no se encuentren ni rocen con su antagónico. Cada especie, en su propio redil, ocultos los uno de los otros. Si de pronto, en un día cualquiera, una sacudida, un fuerte movimiento sísmico mueve las simientes de ese paraíso; la gigantesca onda expansiva hará que los animales comiencen a reconocerse. Entonces los más enérgicos, los más grandes, los más recios, iniciarán una lucha, devoraran a los más pequeños, pero sabios. Por último, ocuparan la escala según el instinto que los gobierne.”
Luego de esto, el alma entró en un hermético silencio.

—Me dejas más confundido —agregó el tercero del grupo—. ¿Qué tiene que ver el cuadro con esa historia?
—Tiene mucho que ver. Cuentan que el cuerpo, luego de esta conversación, pintó un cuadro con lo que, supuestamente, entendió del alma y que por mucho tiempo ese cuadro estuvo desaparecido. Que alguien lo encontró flotando en el mar, pero jamás se supo de donde provenía. Noé es conocedor de esta leyenda y aprovechó para comprarlo a un precio mucho menor al que realmente tiene. Eso según dice él, para mí lo robó. Luego lo hizo analizar y tasar por un experto. ¿Sabes cuantos años tiene ese cuadrito? Es del año 20 DC. Su valor es incalculable.

—Y ¿cómo se pudo conservar hasta ahora? —agregó el hombre, realmente estaba impresionado.
—Eso no lo sé. Noé lo mandó a enmarcar en vidrio, pero debe ser algún tipo de piel o pergamino.
—¿Y por eso no podremos regresar sin él?
—Exactamente, lo encontramos o lo encontramos.

Pero no lo encontraron. Media hora fue mucho tiempo y permitió que los cuerpos policiales rastrearan lo que pasaba dentro del recinto de la exposición. Se presento una comisión de al menos doce uniformados. Al final lograron someter a los delincuentes y yo, con mucho de fortuna, pude escabullirme entre los rehenes, curiosos, periodistas y los mismísimos gendarmes.

Salí, caminando lenta y distraídamente, puse la cara más digna que me era posible y me  alejé.   Sostenía  entre mis ropas la pieza que había liberado del marco. Aún no había tenido tiempo de observarla, de asegurarme si por fin volvía a mí, pero desde ya, pensaba si ese desdichado de Noé podría cobrar el seguro del cuadro cuando éste no apareciera. Desee que no fuera así.


Estuve divagando a lo largo de la playa, me senté sobre una piedra, quise aprovechar los últimos rayos de sol para verlo. Abrí mi camisa y la pálida luz lo hizo resplandecer. Allí estaba, sobre un trozo de piel deseca, como un soplo del tiempo en extraño retroceso. Una osamenta encallada en la arena, esperando el próximo diluvio para zarpar.

1 comentarios:

Gustavo Tisocco dijo...

Qué bueno Andre tiene magia, intiga y chispa, me gustó mucho y eso que los cuentos a veces me aburren. Este me encantó. Abz.

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