Ensayo Julia Elena Rial



El ARTE VERBAL DE LO REGIONAL EN JOÃO GUIMARÃES ROSA
Y  JOSÉ MARÍA ARGUEDAS

                                                                                   Julia Elena Rial

El misterioso Sertón y los abismos andinos


      Abordar la obra del  médico-escritor brasileño João Guimarães Rosa y del   escritor  peruano  José  María  Arguedas,  desde    el  paralelismo    literario  es  una tentación,  pero  sería  un error.  Tampoco  intentaré  desmembrar  su obra  como objeto  curioso  de  estudio crítico,  aunque  en  su  época  así  lo  hicieron  algunos analistas, llevados, tal vez por el atractivo del estructuralismo. Acudiré a las facultades imaginativas sugeridas tras muchos años de escritura ensayística, sin perder de vista lo pasional y analítico que sugiere todo discurso, para descubrir las fuentes de encanto que emanan de lo afectivo de cada escritor y la intelectualidad de sus ideas y procedimientos en la novela del brasileño João Guimarães Rosa, Gran Sertón: Veredas y en Ríos profundos de José María Arguedas.

Toda interpretación tiene un carácter abierto, no excluye ni contradice otras muchas sobre  el  mismo escritor. Esta  apreciación sobre  Guimarães y  Arguedas puede coincidir con páginas leídas y también leer con visión propia los grados de significación expresados por ambos escritores, cuyos referentes, a pesar de ser distintos,  fueron  enfocados  en  la  diversidad  de  lo  alegórico,  moral,  simbólico, literal, social, libertario. Así, en un cierto caos entreverado nos hablan de culturas entrelazadas con un envolvente lenguaje sutil.

     Es siempre el lenguaje el medio rosaniano para expresar su idea en palabras latinas,  portuguesas  o  con  matices  de  lenguas  antiguas,  las  cuales  muestran, aunque  sea  a  través  de  un  verbalismo  simulado,  que  ni  aún  los  jagunzos    del aislado  sertón  podían  encerrarse  en  sí  mismos.  Las  inflexiones  del  habla  que ocupan el primer plano en la obra de Guimarães y que encontraremos en sus cuentos, también en  Meu tio Iaguareté (1961) o en Gran Sertón: Veredas (1979), introducen al lector en lo que Haroldo de Campos llamó “El momento mágico de la metamorfosis”.

     Adentrarnos en esa metamorfosis es invadir los sesgos íntimos: sociológicos, psíquicos, míticos, religiosos que, con todas las transversales culturales de la globalización,  siguen  vigentes en el espíritu brasileño. El autodiálogo de Riobaldo en  Gran  sertón    (desde ahora  llamaré  así  a  Gran  Sertón: Veredas), con  su antecedente    discursivo  en  el  monólogo  de  Meu tio  Iaguareté, junto  con  el conflicto lingüístico del  cuento Flamigerado, predecesor de  la  importancia de  la palabra sobre el relato literario, privilegian las ideas  de Guimarães. Con ellas abre no sólo la permanente continuidad del lenguaje sin techo que lo limita, sino las voces universales que, como la Catedral de Brasilia, pueden, a través de su cielo arquitectónico, continuar sus rezos hasta el infinito; romper las reducidas esferas aristotélicas   para otorgarle infinitud al pensamiento, y permitirle al
escritor que abra el abanico de referencias jungianas sobre el fenotipo que se percibe en toda su obra.

    La cultura ancestral  quechua impone a Arguedas revisar la importancia del  mestizaje  y  es  el  lenguaje  el  que  le  ofrece    alimentos  para  su  discurso.  Una afirmación que acepta el sincretismo como riqueza inevitable en el transcurrir de los siglos; y será en el cauce de Ríos profundos donde el escritor cumpla su misión de hacer aflorar imágenes visuales para entregárselas a la imaginación verbal.

   No   hay   símiles   entre   los   dos   escritores;   las   afinidades, encuentros discursivos y  universalidad del  regionalismo han sido guiados por la  ruta, nada fácil, de la tesitura del lenguaje que lleva en los dos escritores hacia una novedosa y única, en su momento, visión de la literatura  brasileña y peruana.

La oralidad en los discursos de Arguedas y Guimarães Rosa

  
    Arguedas propone regionalizar un lenguaje sincrético; lo hispano-quechua, propio de los Andes peruanos, en Ríos profundos se lee estructurado en dos vías, dándole prioridad al español, el lenguaje autóctono se presume íntimo, subjetivo y propio. Cada palabra quechua expresa el sentir étnico, a la vez que lleva implícito la tendencia ideológica de socialismo regionalista que arropaba a Arguedas, con una fuerte influencia de José Carlos Mariátegui. Con un tono también regionalista, Guimarães supedita su discurso a motivos no ideológicos, sino culturales y geográficos del sertanejo. El colectivo del yagunzo responde a un estímulo de solidaridad,  entre  ellos  el  lenguaje  estimula  y  refuerza  lo  cotidiano  que  se enriquece con el juego semántico, que Guimarães crea para erradicar la violencia y estimular y enriquecer el ser cultural del sertanejo.

      Cuando aparece en el horizonte literario brasileño Gran Sertón el salto de una visión solo regionalista tradicional a esta sorprendentemente distinta por su matiz universal,   causa sorpresa en los lectores y escritores. La nueva propuesta lleva implícita la búsqueda de la expresión que mira hacia lo profundo del pasado, y asume el gran misterio de un extenso espacio de tierra brasileña, cuyos oscuros designios están grabados en los cascajos y sequías encerrados a cincel en cada personaje. Allí reside el meollo de la novela, en una forma de complicada oralidad, psicolenguaje  de  los  pobladores  del  sertón,  quienes  dentro  de  una  aparente sencillez, asumen lo oscuro como su propia esencia.

     El misterio humano es constante en la obra de Guimarães,  quien  lo  revela en el cuento  Nenhum, Nenhuma cuando dice:

“El niño, siempre allá cerca tenía que buscarle los ojos. En la propia precisión con que otros pasajes recordados se ofrecen, entre impresiones confusas,  quizás  se  agite  la  maligna  astucia  de  la  porción  oscura  de nosotros mismos, que intenta incomprensiblemente engañarnos, o, por lo menos, retardar que escrutemos cualquier verdad”. ( 1975, p.89).

      En   Gran Sertón   es el protagonista,   Riobaldo,   quien mientras describe, corrige y   analiza, inventa palabras que enmascaran ese auto inmiscuirse en el alma como acto confesional. Una intrahistoria personal de alguien que, envuelto en ribetes   locales,   no   es   en   nada   diferente   de   otros   hombres   del   mundo. Posiblemente, el médico-escritor encontró en su deambular por diferentes países, que hasta en el sertón la vida es una frase que llevan a cuestas los seres humanos en su andar silencioso. Como dice Unamuno “Como las madréporas suboceánicas echan las bases sobre las que se alzan los islotes de la historia”. (2000,p.41) Pero esas bases que va relatando Riobaldo van envueltas en el simulacro de un diálogo con un supuesto interlocutor silencioso y tal vez, inexistente.

      En el silencio de una oralidad parca en afectos se asienta el subjetivismo de la novela de Arguedas; el lenguaje responde a un estímulo triste, huérfano de respuestas positivas. Sin embargo, podemos decir que la oralidad que nutre Gran Serton y Ríos profundos es el aporte regional polisémico que los autores introducen en esa segunda mitad del siglo XX latinoamericano, que aspira a transformar el desgaste  humano  de  la  violencia  en  la  autoconciencia  de  su  propia  cultura;  un nuevo discurso que dignifica al sertanejo y al quechua.

      Hace  muchos  años,  el  lingüista  Ferdinand  de  Saussure  elaboró  su  teoría sobre  la  importancia  del  habla.  Consideraba  que  la  lengua  de  cada  día  es  el vehículo de comunicación de las culturas, a través de la radio, las conversaciones, las clases, las conferencias y hoy la televisión y el internet. Dentro de esta compleja retórica de la oralidad  hay una serie de elementos que sólo le corresponden a ella: el sonido de la voz, la entonación,  la cadencia, el lenguaje no verbal. También las pausas marcan significados que deben diferenciarse de la oralidad literaria.

      A   pesar   de   que   el   estudioso   del   discurso   oral,   Walter   Ong,   (1994) considerara  que  la  oralidad  no  puede  formar  parte  del  lenguaje  escrito  por  la carencia  de  significantes  no  verbales,  el  término  se  usa  y  adquiere  legitimidad, desde que en 1881 Paul Sébillot lo utilizó para escribir los relatos tradicionales de la Alta   Bretaña.   Pareciera   que   Arguedas   prioriza   la   misma   tendencia   en   Ríos profundos al expresar con el habla cotidiana, en quechua   y en español, un haber cultural  ancestral  del  cual  es  dueño.  Una  mezcla  de  hibridez  lingüística  que  no significa  pérdida,  sino  reconocimiento  de  su  riqueza  idiomática.  Como  el  mismo escritor lo manifestó cuando dijo en el discurso pronunciado en 1968, al recibir el premio Inca Garcilaso de la Vega, “Yo no soy un aculturado”.

     Tanto Guimarães como Arguedas se debaten en ese querer emancipar al hombre de sus misterios internos y dejar siempre el sabor de un interrogante, para el cual el lector podrá imaginar la respuesta. Aunque el lenguaje ejerce su tutoría demarcadora  con  patronímicos,  giros  idiomáticos,  vocablos  creados  y  lenguaje quechua,   todos   ellos   sobrepasan   el   balance   de   lo   localista   y      desvían   la imaginación. Así, los escritores     seducen con su aparente discurso de lo sencillo que, poco a poco, demanda la complejidad creciente de la negación de sí mismos de sus personajes. El travestismo de Diadorím y las confesiones de un   Riobaldo dominado por el diablo en   Gran Sertón,   o   la controvertida personalidad de los personajes en los cuentos de Primeras Historias, muestran la obra literaria de Guimarães  sumida en estados  de  reconversión  mítica, al  estilo  del  padre  de  La tercera orilla del río, quien decide vivir en la superficie del río. El hijo narra: “Y la canoa salió alejándose, lo mismo su sombra, como un yacaré, extendida, larga, nuestro padre no volvió. No iba a ninguna parte…”. (1975, p.64).

     Se destruye la significación de viaje que encierra el navegar en bote por el río ante un padre que sólo permanece en el mismo lugar, según el vaivén de las aguas, más allá de la realidad reconocida. Para Guimarães Rosa el hombre no es el eterno viajero en busca del río heracliano, como transformador de los procesos históricos,  sino  el  ser  que  busca  y  no  encuentra  en  este  mundo  su  propia existencia.

      El tiempo, categoría narrativa, ha sido motivo de inquietudes filosóficas en Oriente y Occidente. Desde Platón y Lao-Tse hasta hoy se debaten teorías que responden a ideologías, religiones y concepciones metafísicas que giran alrededor del tiempo lineal, cíclico, infinito, focal y de ruptura. Guimarães sitúa el tiempo en una  posición  antiheracliana.  El  escritor  maneja  una  conciencia  que  regula  sus niveles  axiológicos  expresados  con  un  lenguaje  parco  en  palabras,  de  frases cortas, austeras, desiertas de retórica; simbología de la no trasformación del contexto. Un círculo que da vueltas sobre si mismo, sobre el hijo que se mimetiza en el padre cuando le dice: “Padre, Usted está viejo, ya cumplió lo suyo, ahora Usted viene, no precisa más…Usted viene y yo ahora mismo… ¡Yo tomo su lugar, el  de  Usted  en  la  canoa…!  (1965,  p68).  Sin  embargo,  al  leer  a  Guimarães  no podemos  olvidar  que  cada  narrativa  cuenta  con  diferentes  tiempos:  el  de  la escritura, el inmanente al texto, el de la publicación, los de las diversas lecturas; una retemporalidad  que nunca perece.

     Tal  vez,  la  temporalidad   de  presente  continuo  que  prevalece  en  las creencias quechuas pueda ser equiparada al eterno esperar en la narrativa de Guimarães. Es el pájaro que regresa todos los días, es Riobaldo que se relata a sí mismo  la  historia  ya  vivida,  es  el  Ernesto  de  Ríos  profundos  que  vive  la permanente sincronía de penurias étnicas en una niñez y juventud de dolor y desencanto.

      También el escritor brasileño expresa, a través de sus personajes, el sentir del médico que conoce el cuerpo y trata de indagar el alma. Es en esta difícil exploración psico-literaria donde pone en evidencia su maestría para ahondar en el lenguaje de lo incierto, lo que se espera y  nunca llega en el misterio del ser. Sus críticos lo describen metafísico, místico, antirracional, siempre en búsqueda de la dimensión desconocida. No siento que afloren contradicciones entre lo existencial y lo metafísico en sus narraciones, sino un gran escritor, consciente de un trabajo artístico con el lenguaje. Heredero de una tradición sobre las injusticias sufridas por los sertanejos.

      En la obra del escritor peruano el personaje se ausculta a sí mismo, es el propio autor el que psicoanaliza el sentir quechua. Arguedas es maestro en crear sinestesias; de la palabra salta a la imagen verbal para relacionar el río con la vida del habitante andino y aquí, sí encontramos un paralelismo con el concepto acerca de los ríos en Guimarães. El peruano se integra a sus ríos. “Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras; ¡Como tú Río Pachachaca! ¡Hermoso caballo de crin brillante, indetenible y permanente que marcha por el más profundo camino terrestre!” (1998, p.99). Hay que recordar que  los  ríos  andinos  se  deslizan  por  las  laderas  mientras  que  los  sertanejos duermen entre piedras y llanuras desérticas.

Justificaciones históricas

       Nace Guimarães Rosa en 1908, cuando aún vibraba en los entretelones políticos la gran injusticia social cometida en Canudos, en 1897, por el gobierno positivista de Prudente de Morais. Esos “hombres fantásticos” que defendieron con sus  vidas  al  pueblo  fundado  con  su  trabajo  y  la  fe  religiosa  que  los  motivó, debieron  inspirar el  yagunzo guerrero de Guimarães cuando ya Canudos era sólo la torre de una Iglesia que flotaba sobre la represa del río Cocorobó. No es mística la que surge del atrevido verbalismo del escritor, es un deseo de libertad, de reivindicar al sertanejo, descrito por Euclides Da Cunha como “La fusión perfecta de  las  tres  razas…denunciando  el  elemento  superior  del  mestizaje”.  Guimarães invoca un sertón abierto, rico en pluralidades humanas, donde la jocosidad de una palabra  inventada  marque  el  ritmo  transformador.  El  locus  literario  rosaniano expresa un deseo de que la ficcionalidad del signo pueda inundar las orillas de los ríos  del  sertón  y  fertilizar  sus  tierras,  al  igual  que  se  siembran  y  cosechan  las palabras que enriquecen los lenguajes. En el escritor brasileño, la independencia del habla requiere simular nuevas formas, inventar vocablos para crear la nueva contemporaneidad de los sertanejos.

      Guimarães  va más  allá del  fundamentalismo  del  profeta   Consejero,  guía espiritual de los canudenses. Su posición anti fanática lo lleva a liberar a Riobaldo del misticismo y de la   introversión peculiar del espíritu arisco de los sertanejos. Ahonda en el alma de la caótica y abandonada región, sin trabas que oculten la identidad de sus pobladores. Es esa búsqueda de la palabra sentida que, envuelta en aires de subjetivismo, reconstruye un espacio brasileño, cuyos bordes de desamparo habían sido tratados por Euclides Da Cunha en Los Sertones, Graciliano Ramos en Vidas secas, José Lins Do Rego, en quien la fuerza telúrica se convertía en lenguaje y el corazón en poesía. Para todos ellos, la arrugada existencia de los sertanejos y su soledad afloran en la idiosincrasia estética de la región y en el fenómeno lingüístico que representa un particular acontecer histórico.

      Luego de penetrar el suelo estéril, Guimarães Rosa entrevera, entre límites de identidad y nomadismo, retóricas arcaicas con lenguaje vital, a veces onomatopéyico,  y  le  da  credibilidad  a  un  portugués  ancestral,  enriquecido  y liberado con el habla cotidiana de los yagunzos. Él rompe la objetividad académica del   portugués   y   abre   una   interesante   secuencia   de   transformaciones   que metaforizan el ser y el debe ser de Riobaldo, y por ende del sertanejo.  El regreso a lo autentico del lenguaje, para asentar lo propio e independiente, coloca a la obra de Guimarães Rosa en el lugar de los Patrimonios Literarios brasileños.

      Tanto la alteridad del nuevo lenguaje sertanejo como la lentitud del discurso hispano-quechua,  demuestran     que  emanciparse  culturalmente  no  es  batallar cuerpo a cuerpo, ni lanzarse diatribas, sino reivindicar los valores y con ellos el lenguaje, sin perder lo originario. Hacer hablar al pueblo sin populismo, hacer del lenguaje  la  plusvalía  cotidiana  y  el  valor  de  uso  como  instrumento.  La  obra rosaniana tritura la pulpa de la palabra para darle nuevos sabores, olores y estructuras. Las significaciones no desconstruyen el lenguaje, lejos de eso, la simulación  lo  enriquece  desde  el  espacio  vivencial.  El  escritor  suelda  prefijos  y sufijos,  consciente  del  riesgo  que  toda  novedad  encierra  al  volcar  sus  cambios orales en el quehacer literario. En este afán de renovar está implícito el deseo de que el sertón, a través de la literatura, se convierta en algo más que “el círculo vicioso de la pobreza” como lo llamó Josué de Castro (1965).

      Dentro de ese círculo se esconde el misterio de sus libertades heroicas. En Gran Sertón Diadorím se vuelve heroína al cambiar aparentemente su sexualidad para  poder  vengar   la  muerte  de  su  padre.  La  historia  nos  revela  que  la autodeterminación  de  un     pueblo  creó  el  movimiento  popular  e  histórico  de Canudos, dirigido por el Padre Enoque de Oliveira. El temperamento tenaz de los sertanejos  ha  atraído  la  atención  de  escritores  extranjeros.  El  sociólogo  belga Lucien   Marchal   publica en 1956, el mismo año que Gran Sertón, su novela El profeta del Sertao. La literatura va construyendo el mito exótico alrededor de las palabras  de  Euclides Da Cunha sobre los  sertanejos, al    considerarlos  una raza tallada para competir con la más fuerte de las tierras.

      Según el historiador Eduardo Novaes, el jagunzo fue formado por la sequía, por el hambre, por el desempleo, en un nordeste en plena decadencia económica. Ese año de 1956, en el que se publica  Gran Sertón, se caracterizó por otra de las grandes  sequías  de  la  región,  según  discurso  leído  por  Josué  de  Castro  en  la Cámara Federal del Brasil. Guimarães cristaliza esas carencias aunadas al misterio de sobrevivir en el sertón: la única manera de hacerlos sentir libres fue con la palabra viva, resucitada.   Una terapia que poco a poco transforma la mirada del protagonista hacia su propia vida. Asombra como el Riobaldo-narrador entra y sale de sus conflictos, a medida que va deletreando su identidad realiza la catarsis de contarla  hasta  que  se  libera  de  fetichismos.  Un  verdadero  tratamiento  médico realiza Guimarães en Riobaldo con el apoyo del buen conocimiento del sertón, de su  gente,  de  las  costumbres,  del  lenguaje.  Sabía  que  los  jagunzos  estuvieron siempre  a  merced  de  militares,  agresores  de  la  región,  de  políticos gubernamentales que les saqueaban sus tierras útiles. Guimarães  hace del sertón una tierra de paradojas que aprisiona pero no derrota.

     Sin aparente espectro ideológico será la libertad de escrita y oral de quienes los  inmortalizaron  la  que  lleve  a idealizar  al  yagunzo  y  convertirlo  en  lo  que el poeta Ivanildo Vilanova canta cuando dice: “Tú que eras abrigo de los sin tierra/ sin  familia,  justicia,  lar  o  pueblo.  /  Donde  jagunzo  era  apenas  un  hermano/  el fanático  solamente  un  compañero.”(1997,  p.11)    Estética e  identidad  logran  en Guimarães coagular sus objetivos, a pesar de las palabras de la escritora brasileña Clarice Lispector quien decía: “No quiero la belleza, quiero la identidad”.
Lo ancestral del mundo quechua se deja destilar en cada palabra que en Ríos profundos pronuncia Arguedas, impregnada de la magia que se esconde entre las  nieves  andinas.  Siempre  será  la  verbosidad  que  exprese  lo  regional  la  que denote la estética arguediana: “El canto del zumbayllú   se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos, de los árboles negros que cuelgan en las paredes de los abismos” (1998, p.106). El sonido onomatopéyico de las aves que se alegoriza en el ruido del trompo al girar velozmente, y la mirada pictórica que  el  arte    de  Arguedas  crea  con  la  imagen  verbal,    representa    el  mundo inocente quechua, cuyas tradiciones quiere recuperar.

     La  heterogeneidad  del  lenguaje  en  la  obra  de  Guimarães  y  Arguedas  es  la principal  característica  que  entrelaza  sus  discursos.  Cada  uno  procura  que  el lenguaje sea primordial para intensificar el sentido de pertenencia de la comunidad que relata. Es la utopía realizada, a través de la narrativa, que surge entre envolventes de ríos, pueblos, tradiciones, imaginarios brasileños y peruanos convertidos en referentes hacia el destinatario latinoamericano. Es el lenguaje el vaso  comunicante  que  entrelaza  culturas,  hoy  enriquecidas  por  el  mestizaje  en cada país. “El río de  Arguedas− dice Cornejo Polar − enlaza al  mundo, vincula hondamente aspectos múltiples de la realidad, los acoge y asimila” (1973).
Belleza, identidad, alteridad y afectividad surgen desde cada página de Gran Sertón   y de Ríos profundos. Los dos escritores integran el patrimonio de la originalidad latinoamericana en un cruce virtual de fronteras literarias. Cada obra encierra en sus páginas el significado conceptual y estético que llevó a sus autores a darle valor a lenguajes que identifican el mestizaje como riqueza y patrimonio regional.

El médico-escritor

      Interesa  recordar  acontecimientos  que  en  la  vida  de  Guimarães, posiblemente, incrementaron la gran sensibilidad manifestada en la novela: sufrió prisión en Baden-Baden durante la Segunda Guerra Mundial debido a su cargo diplomático, cuando Brasil rompe relaciones con Alemania. Al llegar a Bogotá presencia la revuelta del 48 y la muerte de   Eliécer Gaitán. Posiblemente, llevado por sentimientos hacia los desposeídos escribe esta gran novela donde sincretizó lenguaje y vida de los habitantes de un erial que, a pesar de   resecar la tierra no deja de fortalecer las almas. Una verdadera emancipación de sentimientos antagónicos con palabras que se resignifican, igual que el diario vivir de los personajes.

      A momentos nos arroba con las posiciones éticas de Riobaldo, que afloran a medida que el médico se adentra en la psicología de su personaje. También en el espíritu de venganza de Diadorím, cuya irreal ambigüedad sexual rompe con las concepciones sexuales tradicionales de Riobaldo. Ya en Primeras Historias, (1975) el pájaro premonitor de la muerte o el niño que se siente desamparado ante su madre enferma, bordean los mejores matices surrealistas del discurso rosaniano. El misterio y el tema trágico producen esa síntesis magistral literaria, que es la obra  de  Guimarães.  El  mismo  “Halo  de  misterio”  que  según  su  hija,  Vilma Guimarães, rodeaba la existencia de su padre emana de su escritura. Dentro de ésta todo es sugerencia: las contradicciones sociales no se escrituran, sólo se esbozan, se sueñan, pero su propio discurso constituye la plenitud social. Plenitud que evoca el infinito de la aventura narrada, sin  principio ni fin. El autor lo afirmó cuando dijo: “Las aventuras no tienen tiempo, no tienen principio ni fin. Vivo el infinito, el momento no cuenta”. Por eso el lenguaje no respeta edades, tan pronto va  hacia  lo  dialectal,  a  lo  medieval  o  sesga  una  modernidad  sin  fronteras lingüísticas, conjunto que establece la metafísica discursiva que el escritor quiere establecer, y que   forma parte de una posición filosófica, en combinación con lo científico que también pertenece al saber universal y sobrepasa la caducidad del tiempo convencional.

     La palabra en Guimarães pierde su univocidad para asumir la magia de la plurisignificación y de las transformaciones vivenciales. Es aquí donde el romanticismo sin cabida en la vida sertaneja, retoma sus huellas en un Riobaldo que  sueña  sus  amores.  La  vanguardia  literaria  se  elude  como  protesta  estética para independizarse de la hegemonía y ortodoxia, el autor problematiza la sistematización con un estilo propio.  ¿Habrá querido Guimarães  decirnos que la cultura de Brasil   es “Una estructura de elecciones, una matriz de permutaciones posibles”?.

     Cualquiera sea la mirada, Riobaldo, igual que los personajes de sus cuentos, muestra como el hombre, más allá de sus creencias y mitos, es libre de elegir su vida  y  en  ella  se  pueden  conjugar  libertad,  identidad  y  pertenencia,  sin  que ninguna  invalide  a  la otra.  Y  es  la  expresión  de  estos  elementos  la  que,  en  la medida en que se va construyendo, adquiere existencia propia. Ya no sólo como novedad, verbalismo estético, oralidad innovadora o modernización de arcaísmos, es  sobre  todo,  la  expresividad  para  ofrecer  un  paralelismo  con  el  surrealismo natural  y  real  del  sertón;  una  novela  en  la  que  el  lenguaje  puede  ser  tan inexplicable e ilógico como las vidas desconcertantes que lo vocalizan.

     Guimarães   autorrelata   sus   propios   enigmas   espirituales   en   algunos cuentos: como el tucán que “se aparecía misteriosamente al pintar la aurora y se perdía hecho sueño” (1975, p.250) o “El joven muy blanco,… tan blanco; pero no blancuzco, sino de un blanco leve, semidorado de luz; pareciendo tener por dentro del  cutis  una  segunda  claridad.”  (1975,  p152).  Los  claroscuros  de  Brueghel merodean entre las páginas rosanianas. Pero es también el misterio de la personalidad de Guimarães Rosa el que abre y cierra las puertas para crear el funcionalismo del pensamiento del sertanejo.

      Si el escritor quiso representar un ambiente perturbador con imágenes que van más allá de la sintaxis usual, lo logra por medio de lo interactivo del contexto, congruente con sonidos, silencios, descripciones. Es la magia del sertón la que se esconde  en  esas  palabras  que  no  desechan  la  materia  humana,  aunque  a momentos se conviertan en connotación sonora y adquieran su propia soberanía. Guimarães el escritor enriquece la concordancia entre la voluntad de un estilo innovador y el médico de almas.

      Ni la gratuidad de la literatura, ni el proselitismo sectario se perciben en el mucho decir y saber que expresa Guimarães sobre los sertanejos. El escritor no construye  frases  por  el  simple  gusto  de  sorprender.  El  lenguaje  de  Riobaldo expresa el ahondamiento de deseos y el sufrimiento del ser humano. Es la palabra la  hechicera  que  lo  va  transformando     por  medio  del  encantamiento  de  las memorias que relata. El lenguaje se destiraniza, adquiere diferentes formas y vocablos; pareciera responder al reclamo de crear nuevas certezas en el ambiente de la literatura brasileña de mediados del siglo XX. Esto no significó invalidar la anterior, sino enriquecer el lenguaje regional con aportes de formas   antiguas y nuevas que le otorgaron universalidad a su narrativa.

   Bien lo dice Margara Russotto en Pre-memoria de la recepción de la crítica de Gran Serón Veredas “Insólita complejidad que marca la mayoría de edad de las letras brasileñas desde el mismo año de su publicación en 1956”. (1990, p.113).  No olvidemos que la profesión de médico del escritor conduce a la lectura de una doble vertiente, un desdoblamiento que sesga lo psicológico con la violencia del yagunzo y el hombre reivindicado. Son unos ojos que auscultan, diagnostican, por medio de cada palabra sistematiza los personajes, en un proceso que no elude inventar, transformar y arcaizar según las necesidades literarias lo requieran.

      Los  requerimientos  escriturales  y  la  idea  de  que  la  literatura  es  un permanente revitalizar    lo viejo; lo lleva a aplicar en Riobaldo-narrador la técnica Shakesperiana del monólogo de Laertes con los espectadores. También en Mula Marmela, “Esa mujer haraposa, doliente, sucia de por sí…que es Mula Marmela, la abominada”, (1975, p.185) evoca aspectos   de la miseria humana inmortalizados por  Víctor  Hugo  en  Los  Miserables.  Surge  el  médico  que  solicita  piedad  y compasión para las enfermedades del alma y nos hace sentir un grado de responsabilidad,  y  romper  con  la  indiferencia    ante  los  dramas  de  la  miseria cuando dice en el mismo cuento:  “Es serio   lo que ahora diré. Y jamás lo olviden, guarden en la memoria, cuenten a sus hijos, habidos o venideros, lo que ustedes vieron con esos ojos  terrivorosos  y  no  supieron  impedir  ni  comprender  ni agraciar…Ustedes jamás pensaron en eso…, Ustedes inquietos se disgustarán…Ustedes saben lo que pasó”. (1975,p. 196).

     El versátil narrador expone al lector a un caos discursivo, tan pronto rompe la línea clásica para acudir al lenguaje oral: El hombre “Afanó la pluma del otro, del bolsillo”, dice en el cuento Barabúnda, como llama la atención con palabras rimbombantes que remiten a síndromes psiquiátricos “trance hiperbólico”, “Psicosis paranoides hebefrénica” hasta al “síndrome   de Breuler” para referirse al alienado Secretario de Finanzas públicas, que luego de robar una pluma ajena se refugia en lo alto de una palmera ante un numeroso público que lo aplaude y defiende. Guimarães condensa en este cuento las reacciones de una multitud, que frente al hecho insólito defiende al alienado por haber creado la atmósfera sincopada, un diseño  solemne que sirve de catarsis en lo cotidiano.

“El lenguaje libera”, es la referencia que trasmite el escritor, pero tras esa preocupación existe un plano filosófico, subyacente de espiritualidad y secretos humanos insondables que forman parte del mismo Guimarães. Uno de ellos es no haber escrito más poesía luego de 1936, cuando se publica Magma (Libro al cual no  he    tenido  acceso).  Pienso  que    su  vena lírica  perdura en  su  prosa,  en  los elementos de la naturaleza: el aire que libera, el fuego que destruye y purifica. He leído estas palabras del escritor “Volví a la saga, al cuento sencillo, pues estos son asuntos que escriben la vida y no la ley de las reglas llamadas poesía.” Allí está su poesía, en un Riobaldo que va fumando lentamente su vida para recoger en el relato, no las cenizas sino el lenguaje de sus errores y aciertos en la   fiesta de musicalidad y lirismo de un ser humano en busca de su espiritualidad.

      Esa ruta hacia la reivindicación es la que también traza la literatura brasileña en el andar desde el positivismo del sertón de Da Cunha y Graciliano Ramos, hasta la visión transformadora de Guimarães Rosa: el estigmatizado sertón se viste de futuro, como praxis cultural, y rompe la línea rígida del pensamiento convencional.

     Es la palabra de diferentes orígenes la que sedimenta en aguas revueltas, para cambiar de forma el malestar de Riobaldo al proponerle   nuevas alternativas de pluralismo regional.   El sertanejo lo expresa en el ritmo dramático de su relatar, donde el porvenir no es sólo un deseo, sino la creación de su propio texto con la experiencia de todos sus pre-textos.

      Estamos ante el limite infranqueable de las memorias de un personaje, cuyo relato media entre el silencio de la prescindencia de palabras que cierren la brecha entre realidad  y significación, y la franqueza de no disfrazar lo vivido, de exponer “los trapos al sol” para que su interlocutor comprenda un aspecto de su conciencia.

     Guimarães Rosa pone en boca de Riobaldo lo inconmensurable de revelar un vivir de incomprensible violencia. La profundidad de estas revelaciones se encuentra no sólo en la búsqueda ancestral de la palabra, se halla también en el hombre que trata de   entenderse a sí mismo, y en la impotencia que siente al no poder  compartir  su     misterioso  amor  por  Diadorim  porque  le  desespera  lo incalificable  de  este  sentimiento.  Desde  esta  orilla  de  la  indigencia  amorosa, Riobaldo se repite a sí mismo el nombre de ese personaje ambiguo en la necesidad de llegar hasta donde la comprensión racional no logra hacerlo. Para él no existe un código donde ubicar esa dualidad de Diadorim que presiente, pero no puede explicar. La palabra enmudece, se silencia, no existe.

      Suponer   una concepción intelectual sobre el amor en Gran Serton puede resultar propiamente falso ¿Es que acaso podemos analizar ese amor confundido de Riobaldo, visto desde afuera? Posiblemente, el autor quiso describir un sentimiento no reductible a raciocinio, el que va más allá de todo juicio posible.

      El lector de Gran Serton, y en general de la obra de Guimarães Rosa,  se ve obligado a mudar constantemente sus posiciones de comprensión. Algunas veces sus reacciones pueden ser críticas ante la violencia de los yagunzos y ante una historia  que  no  ha  ofrecido  respuestas  a  sus  reclamos.  Riobaldo  expone  los avatares  de  su  vida  para  justificar  esa  violencia,  para  mostrar  sus  deseos  de enmienda.

      Tal   vez,   encontremos   la   concordancia   entre   el   talento   y   los   ideales rosanianos en el profundo análisis del ser humano, en la ubicación social y local que Guimarães le atribuye a Riobaldo, en el sertón, en sus “veredas oblicuas”, en el regreso a lenguajes ancestrales, como reivindicación de la riqueza idiomática del portugués, y en la creativa oralidad que ni la rusticidad de la tierra logra apaciguar. Acuciar, renovar, investigar el alma es el lujo literario que el médico-escritor ofrece como una nueva necesidad narrativa, a mediados del siglo XX.

      Su posición no es concluyente, ni una aspiración para resolver problemas; se  trata  de  una  narrativa  que  abre  algunos  de  los  muchos  caminos  de  esa perplejidad  profunda  que  encierra  el  ser  humano.  Su  obra  ha  logrado  que  se conozca el sertón brasileño en diferentes lenguas, a las cuales han sido traducidos sus libros. El yagunzo, ese personaje que creaba sus propios “Quilombos” y vivía en la ilegalidad, es inmortalizado por Guimarães; atraviesa la matriz de su espacio real para, desde el literario, demostrar que pudo desarticular el cautiverio de un mito diabólico, opresor, en busca de su libertad.

      Tras esa facies de relato emancipador, el escrito esconde la erudición de un proyecto de lenguaje  de amplia cobertura académica, cuyos significantes se los proporciona la misma tierra sertaneja. Creo que lo dicho a lo largo de este ensayo nos va a llevar a pensar y reconocer que el sentido etimológico de la palabra emancipación amplía en Guimarães Rosa su significado.  Entre tanto, el médico-escritor tan poco traducido al español me sigue atrayendo,  porque, a  pesar del peligroso juguete de la arbitrariedad humana, ha podido  demostrar, a lo largo  de su interesante e intenso recorrido narrativo,  la capacidad de crear una simbología para desterrar la agresión y proponer relatos embaucadores, que se van valorizando y validando a sí mismos en el transcurrir de los años. De esta manera, el lenguaje opera como disolvente de viejas estructuras, temáticas y literarias. Oficia como efecto decisivo en las contradicciones entre fanatismo religioso y luchas internas, con una óptica que impide cualquier tipo de simplificación; porque son las “veredas” las que esconden el pensamiento de los hombres que tratan de justificarse a sí mismos, sin que el acoso semiótico los condene, porque “El existir del alma es el rezo”.
Allí están, en Gran Sertón: Veredas, el tropo cultural de un diablo que envuelve la religiosidad  del  sertanejo; el  de  la  mujer  presa  de  tradiciones  que  limitan  su libertad, el del   fatalismo de nacer yagunzo, el que siembra el desorden apoyado en el fusil ¿Cuánto más oculto se podrá percibir en cada lectura de la obra del médico-escritor?  Las  que  cada  uno  busque  e  investigue     en  los  misterios  e innumerables escondrijos que Guimarães oculta en su interesante estilo narrativo.

El subjetivismo en la obra de Arguedas

      Coincide el nacimiento de José María Arguedas, en 1911, con el redescubrimiento de Machu Picchu. Este importante evento habría de acompañar de  por  vida  sus  ideales  de  pertenencia     histórica  y  profundo  sentido  de  su identidad. El dolor que emana de su obra puede ser expresión del desafecto que significó la pérdida de su madre a los dos años. Un cierto desprecio por la vida lo signó hasta el suicidio. Su obra literaria pertenece a la corriente que, con José Carlos  Mariátegui,  impregnó  al  Perú  de  un  socialismo  regional,  con  matices quechuas, originalidad ideológica, que posiblemente influyó en ese verbalismo emancipador que pedía el reconocimiento universal en Ríos profundos.

     Si la formación científica de Guimarães se advierte en la organización y estructura de   su discurso; Arguedas muestra su conocimiento de los conflictos humanos por medio de expresiones como la de   Ernesto niño, quien considera al pueblo de su padre “Un pueblo hostil que vive de la rabia y la contagia. (1998,p.51).  Arguedas  escribe  desde  el  dolor  incaico  y  lo  alegoriza  cuando  dice:  “El cóndor es inerme ante el cernícalo, no puede defenderse…Esta ave ataca al cóndor y al gavilán en son de burla; les clava las garras y se remonta; se precipita otra vez e hiere el cuerpo de su víctima” (1998, p.54). La vida es en la novela una permanente agresión, hombre contra hombre, aves de presa contra el hombre.

     Violencias  diferentes  arropan  las  dos  novelas:  la  del  sertón  rebelde,  la andina  sojuzgada,  impregnada  de  tristeza  y  desconcierto.  Hasta  la  música  se debate en una semiótica de sublimación de la muerte “Tocar una illa es morir o alcanzar la resurrección”. (1998, p.100). Arguedas va desmenuzando el significado de cada sílaba, de cada sonido, en una relación mítica con creencias que abordan la  metafísica  que   envuelve  al   hombre   quechua,   igual  que   al   sertanejo  de Guimarães.   La polisemia, en la duplicidad del lenguaje arguediano, va creando una disposición anímica en su protagonista, que lo reintegra a su lecho genético. Julio Ortega lo expresa en estos términos: “Para el mestizo, para el indio rebelde el destino  es  ya  la  impotencia”  (1991,  p.31)  Con  el  grafolecto  creado,  Arguedas logra, en Ríos profundos, enlazar la visión del protagonista con la autoreflexión del narrador,    en  quien  una  conciencia  depresiva  se  manifiesta  como  patrimonio cultural irreversible.

     Desde una visión discursiva consideramos que ambos escritores crean un lenguaje que enriquece espacios geográficos inhóspitos: la soledad de las punas andinas y el sertón. En esos pueblos alejados del progreso, la onomatopeya figura como lenguaje universal y la incorporación de una verbosidad medieval, original, regional, étnica y autóctona individualiza el lenguaje literario, lo libera del sistema tradicional latinoamericano para otorgarle transformación identitaria. José María Arguedas y João Guimarães Rosa diversifican las sociedades que relatan, hibridan sus  culturas,  proponen  confrontaciones  culturales  –  indispensables  para vivificar tradiciones y localismos culturales –, polinizaron el arte literario  latinoamericano con el lenguaje de la dignidad, a sabiendas de que la oralidad se transforma y perece, sólo la escritura permanece.


Tomado de:
 HISPANISTA – Vol XIV nº 5
 – Julio –  Agosto –  Septiembre de 2013
 Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil - Fundada en abril de 2000
ISSN 1676-9058 ( español) ISSN 1676-904X (portugués)

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Julia Elena Rial

 Escritora y docente argentina (Tandil, provincia de Buenos Aires). Reside en Maracay, Aragua (Venezuela). Profesora de castellano y literatura en el Instituto del Profesorado de Buenos Aires. Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires e historia de las ideas latinoamericanas en la Universidad de Chile. Se especializó en literatura latinoamericana en la Universidad de Chile y cursó la maestría en literatura latinoamericana en la Universidad Pedagógica de Maracay. Ha publicado el cuento "La fábula rota" y los ensayos El esperpento en Tirano Banderas de Valle Inclán, La poesía social de José Martí, Las masacres: ortodoxia histórica, heterodoxia literaria (premio de ensayo Miguel Ramón Utrera 1998) y Constelaciones del petróleo (2002). En publicación Memoria e identidad en José León Tapia y el ensayo Identidad, memoria y olvido (mención de honor en el premio de ensayo Augusto Padrón 2005). Colaboradora de la revista brasileña Hispanista. Jurado del premio de ensayo Augusto Padrón 2001 y del premio de ensayo Marita King 2005. Dicta talleres sobre narrativa del petróleo y ensayo en Maracay desde 2002.