miércoles, 6 de marzo de 2013

Carlos Kuraiem en las letras de Marta Goddio

Marta Goddio
(1962, Llambi Cambell, Santa Fe.)
Poeta, escritora, educadora por el arte. Editora  y conductora de un programa en la emisora local.







Día Internacional de la Mujer:
La Rama Inquebrantable –elegía-,  Carlos Kuraiem

Dame la sombra de tu mano,
bajáme una estrella,
un estribo
donde poder hacer pie
y descansar por unos años
mi cuerpo.

Dame la sombra de tu mano,
guardate la tristeza
ya llevo la mía, no ves?
en mis ojos
donde tengo un dolor
de hace mucho, lo sé.

Dame la sombra de tu mano,
la flor que cuelga
de tu rama inquebrantable
por donde pasa la luz
y gotea la lluvia
y se vuelca el viento
y se queda la primavera.

Siempre, abajo
pasa el camino, siempre
abajo, muy abajo, vivimos nosotros.

Dónde estabas ese día
en que algo tuyo se moría en el alma?
dónde pusiste tus ojos?
desde entonces falta una luz
en nuestras casas de cinc
y  sobra un lugar en nuestras mesas
de hule
pero ellos no han conseguido
matarte aún en el recuerdo
y cada tanto vuelven a buscarte
en nuestros corazones
escarbando con sus sables
y al no encontrarte
gritan y se muerden.

Dame la sombra de tu mano,
poneme un canto allí
donde el canto del mirlo
agotó la mañana,
mis mañanas?
cardos mis manos
donde dejás
las mariposas de tu pelo,
árboles tendido
el bosque todo.

Dame la sombra de tu mano,
soltá tus pétalos
sobre la tierra plateada
allí donde ellos
se cansan de buscarte
dame tu mano en flor
prendida a mi camisa
subí hasta mi espalda
quedate ahí.


Nos falta un fuego,
una pala
para ese fuego,
nos está faltando todo
desde que no hay justicia;
creo que fue un invierno
en que nuestros hijos
salieron de casa
y  no los hemos vuelto a ver;
desde entonces los buscamos
en tu jardín.

Dame la flor de tu mano,
la sombra buena,
que no me pregunten
tu nombre.

Los libros somos nosotros.
 Kuraiem


¿De dónde nace esta voz? De qué rayo llega la fuerza inspiradora de los versos en rama que ofrenda el Poeta, hasta quedar despojado de todo resguardo, en un canto elegíaco que agita hasta trocarlo en plegaria. Cada racimo se extiende en una súplica ansiosa trepando las soledades. Avanza, incontenible, con su luz el poema, volviéndose amparo contra el dolor que nos acosa de este lado de la muerte, como si a su puño acudiera la sangre de todos los poetas y en su sufrimiento se concentraran los pesares de la humanidad. “La poesía es inherente a Carlos Kuraiem, y tan ineludible como la realidad misma. Como charla o silencio de amigos eso que nunca muere, ni aún después de nosotros”.

Si una sola palabra puede provocar el milagro o el caos, su potencialidad es infinita e inapresable cuando se ramifica en versos que llegan desnudos de toda referencialidad y sacude con los enigmas a los que el autor – jugador habilidoso y esquivo- recurre para desafiar, desde expresiones simples y cotidianas, a correr el velo de su misteriosa lírica. De ella manan las voces de antiguos sabios y filósofos, el compromiso social y político de Hernández, la bohemia y el desaliento de Rilke, el humanismo de Whitman y de tantos otros clásicos que por su insaciable avidez de lector nutrieron su original capacidad de trasgredir el lenguaje y penetrar las armaduras de la indiferencia.
No es azarosa la expresión de quien calificara a “La Rama Inquebrantable” como un poema para toda una era, y que su nombre, que no se dice, está escrito en las líneas de la vida. Kuraiem percibe, descifra el misterio, nos enseña a escuchar y a interpretar sus enunciados guiando con delicadeza al espíritu en la búsqueda del mensaje que nos liga, tanto en las ilusiones como en las carencias, proclamando en su ruego la necesidad del consuelo ante el desamor o la injusticia, la irremediable ausencia, la impotencia ante lo inexorable
Esto sucede con La Rama Inquebrantable: a quien roza, transforma, lo involucra, lo hace parte. Lo toma desde la raíz para elevarlo a otras dimensiones donde para ver, a veces es preciso cerrar los ojos, desde una polisemia que abre de gajos los tópicos a tal altura, que se hace inalcanzable abarcarla en toda su amplitud para el análisis, libre de todo encasillamiento. Inquebrantable por fidelidad a su esencia poética, ella puede sostener a quien la requiera, extender la fronda de su mano maternal para aliviar la congoja de la víctima o de un ramalazo azotar al verdugo.

En distintos soportes y escenarios esta obra se vale por sí misma para transmitir la universalidad de las banderas que despliega, con absoluta independencia de geografías y calendarios (idiosincrasias). Es ella quien busca y encuentra a sus destinatarios otorgando sus dones a quien la reconoce. Llega a los corazones puros sin discriminar edad o nivel de instrucción.

Bajo el follaje de sus versos una mujer de la comunidad Com Caiá, del Campo San José, propone el trueque de aprender “al menos unas pocas letras”, las necesarias para no morirse sin saber escribir su nombre, y nos enseña a pronunciar en mocoví que todos somos gajos de esta misma rama, renovada savia en cada idioma que atraviesa. Mientras otra mujer vibra con este poema de amor que la invita a salir otra vez a la calle para que alguien le cuente los nombres de los árboles que según ella nunca aprendió, o quizás olvidó; decidida a ganarse de memoria cada verso, La rama inquebrantable, una hoja abierta sobre su almohada, baja el estribo para que ella descanse su cuerpo confirmando que este poema sin rebusques anima y alivia.

En su tronco hay vestigios de luchas obreras y campesinas, se delatan abandonos, postergaciones, abusos. Anónimas manos tienden desde la publicación modesta de una fotocopia la sombra de otras que rubrican identidades en la lectura serena, íntima y una primavera de rostros rescatados del olvido, florecen al ser evocados en la meditación profunda, o en las manifestaciones populares donde la poesía presenta batalla porque en ella se encuentra: “la mujer antigua y moderna, hija y madre, bella y oscura, jamás olvidada en los ojos de aquel que ama la palabra y la difunde”.

El poema es una metáfora que alude a la historia universal de la mujer, desde la mirada masculina ubicando humildemente en su regazo las mismas debilidades, reivindicando –sin alardes, sensiblerías o golpes bajos- la igualdad de género.

No es raro que en una acción concertada este poema escrito en 1984, en un ejercicio de escritura automática, según cuenta su autor, se multiplicara en hojas volantes para ser compartido en Actos y Plazas del país el 8 de marzo con consignas alusivas al Día Internacional de la Mujer, que  programas de radios de distintos países reprodujeran el audio en la voz de su autor y que los organizadores del Festival Internacional Grito de Mujer, convocaran a Kuraiem a leerlo en el El Casal de Catalunya, en Buenos aires.

Es Ella, es La Rama Inquebrantable, “liviana, alada, sagrada”, quien sale abriéndose generosa para crear una atmósfera que envuelve a todos, como si el bálsamo de su esencia cubriera el auditorio, y un encantamiento o un hechizo bajara desde algún lugar para enraizarnos, cautivarnos hasta que escuchemos su elegía. Hasta que ese canto doloroso nos duela. 
¿De dónde nace esta voz? De dónde la fuerza para ofrecerse tan pródiga en flores que no agotan su néctar? Desconociendo toda avaricia, el Poeta entrega frutos que perduran en el tiempo aunque sirvan sus versos en manteles negros. La “Rama inquebrantable”, tiene una fuerza misteriosa. Raíces hacia adentro nos guarda, gajos hacia arriba nos expande. La voz del poema tiene la fuerza del rayo: ilumina y quema.

Rama que se hace puente: Kuraiem en Alto Verde.




                             Un poeta son muchos hombres juntos.  
                                                                                                                      Kuraiem

Cuando las aguas comenzaron a bajar, Alto Verde se hizo isla sin querer. La ciudad se desprendió del barrio de pescadores, cirujas, cartoneros, sabedores de inundaciones y otros olvidos. Una orilla mira la espalda de la otra mientras el riacho tararea una milonga: “Entre tu tiempo y el mío/ hay un puente que cruzar/ entre tu tierra y la mía/ hay un puente que cruzar/ camino que va y no viene/ sirve para separar…” El paisaje se achata a la altura del caserío igualando la pobreza de los moradores. Sus carros de tiro contrastan con los coches de los maestros, estacionados en fila a dos cuadras de la escuela, bordeando la ruta donde “La rama inquebrantable” se convirtió en puente para llegar al grupo de niños que la eligió y la hizo su bandera, mientras esperaban la llegada de su autor.
En la primavera, Kuraiem, recorrió la distancia que separa Buenos Aires de Alto Verde, dispuesto a encontrarse con los chicos y con la comunidad que participó de la muestra de trabajo de sus hijos. Dibujos testimoniales de otros reclamos ilustraban las paredes de un amplio salón: constelaciones de manos contorneadas elevaban sus voces. Detrás de una mesa enfundada en un negro mantel, “La rama inquebrantable” se abría en versos de los que brotaban otros poemas posibles.
En primeras filas, se acomodaron inquietos los anfitriones. Ludmila resplandeciendo de admiración, no apartaba su mirada de la figura del hombre-poeta ubicado al margen. Al fondo, dos grupos de alumnos sumados sin motivación previa a presenciar una experiencia didáctica de la que no fueron protagonistas directos. A un costado, las madres de la comunidad. En el centro, la maestra organizadora de un encuentro cuyos objetivos se confundieron ante el reclutamiento innecesario de un público obligado a participar de una exhibición en la que ni los chicos ni los docentes sabían de qué se trataba, y que solo cuando el Poeta marcó su presencia estableciendo una distancia simbólica previa a la lectura, comenzarían a involucrarse y el trabajo de sus compañeros cobraría significación. Distancia imprescindible para ubicar el poema en un contexto complejo -sino inhabitable- para la poesía en riesgo de caer destrozada bajo sillas que se corrían mezclando ruidos y reclamos de recreos postergados, la expresión insulsa de unos, la indiferencia de otros, la agresión naturalizada, cuatro maestros (incluyéndome) intentando infructuosamente generar un ámbito forzando al silencio necesario que no llegaba nunca. La incapacidad de establecer límites entre el adentro y el afuera, ese rasgo distinto que puede marcar la escuela y sin embargo cae en el zanjón donde todo se mimetiza.
En ese escenario Kuraiem socavó enunciados dejando a la intemperie la oquedad de discursos que oficializan paradigmas de exclusión. La Rama tomó su voz desafiando el desorden del auditorio.
Fue el poeta, solo, quien contrastó y estableció la diferencia, otra vez cortando el aire, demorando el paso, pasando de largo la mesa enlutada. Al frente y de pie, expuesto al epigrama, puso el cuerpo a la balacera de risas burlonas y debilitó su amenaza con la advertencia de interrumpir la lectura ante el menor ruido que interfiera, allí donde el poema quede roto.

Con la tensión de una película de misterio, el conflicto latía a uno y otro lado de la mesa oscura uniendo a todos en un hilo muy delgado por donde transitaba la voz de Carlos desactivando el juego del eco que fue apagándose hasta enmudecer. Nadie gritó ante el verso “gritan y se muerden”. “La rama…” amparó al poeta, tendió un puente con un grupo que lo esperaba en el desorden y soltó su rocío sobre los ojos que leían en silencio colectivo, fundando la palabra con la sola presencia de su voz.
En ese clímax Kuraiem puso en movimiento el poema gráfico que los niños realizaron, alterando en la lectura el orden de los versos, siguiendo el juego de sentidos y direcciones que presentaba la imagen, captando la atención de un público motivado a recibir la información nueva que descubría desde un poema que encerraba otros poemas posibles en analogía con la realidad , pero que además tomaba conciencia del valor de una producción que -al desconocer los antecedentes literarios de este género- se reducía a una simple manualidad escolar. La conexión entre los saberes populares, lo conocido, lo apropiado, lo nuevo y diferente jerarquizó a sus hacedores, situándolos en otro plano.

-La poesía es un derecho…- retruca una de las madres después de escuchar a Kuraiem - ...no por ser de Alto Verde no podemos…  Se puede sentir el reclamo de Iris bajando una estrella de un cielo tan celeste que encandila sobre la mano que se abre en flor, que ahora se convierte en pasacalle y pide “Justicia por los niños”; los ojos de Ludmila reflejan el paisaje, es posible recorrer en su dibujo el río, en bote de papel con banderitas viendo los edificios altos de la ciudad en la otra orilla; el miedo de Sabrina que se eleva en una mano negra que sale de una copa frondosa; y la Otra mano que renueva esperanzas, en cada dedo lleva uñas pintadas de matices diferentes, son caminos que se abren por encima de la escuela que de pronto quedó rígida y vacía, apenas en un trazo marcando los bloques de un edificio cerrado y sin color. Ayelén no necesitó que nadie le explique. En seguida se dio cuenta, y ante La Rama Inquebrantable dijo: “esto lo escribió un poeta”. A Sergio y a Jorge les cuesta leer, pero entre los dos se ayudan para entender. La Señorita Mary, irrumpió en el salón para contar del hallazgo del arma blanca que estaban buscando con el policía de la escuela. Sergio, el rubio de pelito corto, encendió con picardía sus enormes ojos verdes y le dijo bien clarito: “Acá, lo que faltan, son los bizcochos”.
Poema y Poeta, se hicieron “realidad” entre otras realidades que quedan flotando en estas orillas. A los chicos de la “escuela del socavón”, no fue necesario que se les explique el significado de la palabra “analogía” para observar, comparar, darse cuenta que cada uno tiene una historia parecida por contar.
-La alfabetización es un proceso complejo- expresó la maestra organizadora del encuentro, manteniendo la distancia que impone un discurso oficial, excluyendo lo que no puede cooptar o moldear para su servicio. Su relato puso en evidencia las intenciones pedagógicas que subyacen en una superficie que oculta los socavones, pero que sin embargo comienza a develar puntos de referencia (comunidad-escuela-alumnos-docentes) y las distancias entre unos y otros, que impiden avanzar hacia las igualdades que se pregonan. "Gris, querido amigo, es toda teoría; pero, es verde el árbol dorado de la vida"- dijo Goethe.
Otras preguntas quedan suspendidas de “la mano en flor” que sostiene y corona el fruto y las respuestas.
La breña se eleva en curiosas torsiones. Sobrepasa las barreras de arbitrarias clasificaciones literarias que se desmoronan cuando la semilla revienta en voces que leen bajo la hiedra enredadera del patio de una escuela del país, provocando con su ímpetu, la curiosidad de unos niños que deciden treparse a La Rama -pelota en mano - y demorar el “picadito” del recreo.

De ceibo en flor se hace ahora, para acompañar a las Banderas de Ceremonia después de entonar el Himno, y soltar al mundo el Grito Sagrado del Poeta en la voz de la mujer que recita por primera vez, sacudiendo memorias, nostalgias, fantasmas, conmoviendo a Verónica que le trae la imagen de su tía Hurí, la portera que declamaba a Gagliardi, sentada en su banco del lado del sol; y, haciendo que Mónica, dejando a un costado protocolos y discursos manifieste:“Nada queda por decir después de las palabras del Poeta”.

Trabajo de investigación y notas
Prof. Marta Goddio
Del libro Carlos Kuraiem: Obra Poética y Musical
Biografía:

Carlos Kuraiem, poeta, escritor, músico y songster (Argentina). Es autor de los libros: Poesía: Presagios de Guerra 2 abril de 1982, El Canto del Gallo Rojo (1985), De Laúdes y Mistoles (1996), La Canción del Borracho (1999), La rama inquebrantable -elegía- (2004), Obra Poética Ilustrada (Antología, 2007), El hilo de Ariadna, poemas de amor (2011), Poblado de ella (2012) y Un río nos separa (2012). Novela: El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que Llegó en la Carroza de los Días Patrios (Segunda Edición 2013). Discos: "Folk Fusión Lírica" que incluye baladas, música instrumental en guitarra y recitado de poemas (Mucha Madera Producciones, 2012). Canción para cruzar el puente y Lo que sobra (Singles El Abridor Discos, colección Blanco y Negro, 2012).

Fundó y dirigió el Suplemento Literario: El Ángel de Virrey del Pino (1995 al 2003), alcanzando publicar 53 números, tabloide, edición de 4, 8 y 12 páginas, con la inclusión de tres Periolibros; junto a un staff de destacados colaboradores y apostando fuertemente a la heterogeneidad, en sus páginas se difundieron trabajos inéditos de importantes autores de argentina, países de Latinoamérica y Europa. Es coordinador Literario de la Revista La Matera (Santa Fe).




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen trabajo, Nos hace llegar el conocimiento de un excelente escritor. Gracias.

Maria Castro.

Anónimo dijo...

Querida Marta. Difícilmente un hombre puede captar en su esencia la sensibilidad femenina. Muy buen trabajo dedicado a esta ocasión. Un fuerte abrazo.

Andrea

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